¿Cómo decidimos?

Los seres humanos hemos tomado decisiones y pensado en cómo las tomamos desde que tenemos uso de razón. Durante los últimos siglos se han elaborado muchas teorías sobre cómo decidimos. Hasta hace unas pocas décadas, acceder a las profundidades del cerebro era una tarea imposible. Los pensadores basaban sus hipótesis sobre como decidimos en supuestos sobre lo que realmente ocurría en nuestras cabezas. No se podía comprobar su veracidad. No había suficientes estudios ni experimentos al respecto.

Desde la época de los pensadores clásicos griegos, estas suposiciones han girado en torno a la hipótesis de que los seres humanos somos seres racionales, y por lo tanto, tomamos decisiones en base a la razón. ¿Qué quiere decir esto? Cuando tomas una decisión, lo haces de manera totalmente consciente, lógica y reflexiva.

Esta idea subyace a las filosofías de Platón y Descartes y constituyó los cimientos de la economía moderna.

Herbert Simon —premio Nobel de economía en 1978— afirmó en su primer libro Comportamiento administrativo que las personas tomamos decisiones de forma parcialmente irracional a causa de nuestras limitaciones cognitivas, de información y de tiempo. A esta afirmación le puso nombre: la teoría de racionalidad limitada. En otras palabras, somos seres mucho más emocionales de lo que pensábamos hasta hace solo unas décadas.

El modelo de racionalidad limitada afirma que las personas usamos los heurísticos a la hora de encontrar soluciones. Los heurísticos son reglas generales que usamos para resolver problemas, un atajo mental de nuestro pensamiento. Aunque pueden ser útiles en muchos casos, en otros producen sesgos cognitivos, es decir, desviaciones sistemáticas en el razonamiento.

Algo más tarde, Daniel Kahneman —el primer psicólogo al que le dieron un premio Nobel de Economía— introdujo en su famoso libro Pensar rápido, pensar despacio la hipótesis de que los seres humanos tenemos dos sistemas a la hora de decidir.

  • El sistema 1, también llamado pensamiento rápido, es automático, emocional, no requiere esfuerzo mental y saca conclusiones de manera automática. Es el responsable de crear sensaciones, intuiciones e intenciones erróneas. No por esto es malo per se. No olvides que estás aquí gracias al proceso evolutivo de los sesgos cognitivos en tu ADN.
  • Por otro lado, el sistema 2, también llamado pensamiento lento, es reflexivo y racional. Aunque es el responsable de las actividades mentales que exigen más esfuerzo, suele estar en modo de mínimo esfuerzo y solo se activa ante actividades que requieren un esfuerzo mental.

En la actualidad, gracias a los avances tecnológicos y multitud de investigaciones, el ser humano ha podido observar por primera vez lo que ocurre en nuestro cerebro cuando tomamos una decisión. La primera conclusión al respecto es que no estamos diseñados para ser seres racionales, es decir, que no somos seres vivos que solo usen la razón. Estamos diseñados para sobrevivir y perpetuarnos. Siento si estás decepcionado al respecto. A la naturaleza le importa solo tus genes, no tú.

A la razón, debemos añadir una variable muy importante que nos afecta a todos a la hora de tomar una decisión: las emociones. Cuando tomas una decisión, tu cerebro activa diversos neurotransmisores. Siendo pragmáticos, se activan tus emociones. Aunque intentes ser razonable y comedido, estos impulsos emocionales permearán en tu decisión. No te puedes escapar de ellos.

Sin embargo, esto no significa que nuestro cerebro esté programado para tomar siempre las mejores decisiones. Entra a cualquier librería y acércate a la sección de desarrollo personal, te encontrarás decenas de libros que hablan de la intuición y las emociones como una panacea milagrosa. Libros abanderados con el lema “déjate llevar por el corazón”.

No me malinterpretes, estoy seguro de que estos libros han ayudado a muchísimas personas a encarrilar sus vidas, pero sé precavido con estos mantras, a veces los sentimientos —que no son otra cosa que como percibimos las emociones— pueden jugarnos malas pasadas e incitarnos a cometer toda clase de errores previsibles.

Ni blanco ni negro.

Ni razón, ni emoción; ambos.

Si de verdad quieres tomar buenas decisiones vas a necesitar a los dos jugadores de la partida: la razón y las emociones. Durante mucho tiempo, han existido interminables debates donde se exponía la naturaleza humana como una dicotomía. O somos seres raciones o irracionales. O nos basamos en los datos y estadísticas o actuamos por instintos.

Estas dicotomías son falsas y destructivas. No existe un solo camino para que puedas tomar siempre una decisión acertada. El mundo real es demasiado complejo para eso. Algunas veces reflexionaremos largo y tendido sobre las opciones y otras deberemos escuchar a las emociones. El verdadero secreto está en saber cuando usar cada “modo” de pensamiento. Y comprender que muchas veces no podremos siquiera elegir un modo de pensamiento.

Cerebro racional vs cerebro emocional

El misterio de cómo tomamos decisiones es uno de los más antiguos de la mente. Las decisiones que tomas te definen, pero estoy seguro de que no te has parado a pensar que sucede realmente en tu cabeza cuando decides.

A Platón le gustaba hablar de la toma de decisiones en términos épicos, como una batalla campante entre la razón y la emoción, con victoria aplastante de la primera, por supuesto. Recuerda que hasta hace tan solo unas pocas décadas, toda la literatura y la creencia popular afirmaban que la razón siempre se imponía ante las emociones.

A Platón le gustaba imaginar la mente como un carro tirado por dos caballos. El cerebro racional, es quien conduce el carro y sostiene las riendas de ambos caballos. Si los caballos se descontrolan, el conductor solo necesitar tirar de las riendas para retomar el control.

Uno de los caballos está bien criado y se porta bien, pero incluso el mejor auriga[3] tiene dificultades para controlar al otro caballo. «Él es de una raza innoble» decía Platón.

Platón lo describía así: «Tiene un cuello de toro, nariz respingona, piel negra y ojos blancos inyectados en sangre; compañero de alardes salvajes e indecencia, peludo alrededor de las orejas sordo como un poste*—** y apenas cede ante el látigo»*. Según Platón, este caballo obstinado representa las emociones negativas y destructivas. El trabajo del auriga es evitar que el caballo negro se desboque y hacer que ambos caballos avancen a la par.

Esta división de la mente de Platón se expandió en la cultura occidental. René Descartes, el filósofo con mayor influencia de la Ilustración, también estuvo de acuerdo con esta separación en dos. El dividió nuestro ser en dos sustancias: un alma capaz de razonar y un cuerpo lleno de “pasiones mecánicas”.

“La razón es esclava de las pasiones”. David Hume.

Thomas Jefferson esperaba que el «experimento estadounidense probaría que los hombres pueden ser gobernados solo por la razón y la razón».

Immanuel Kant ideó el concepto del imperativo categórico de modo que la moral fuera la racionalidad.

Más cercano a nuestros tiempos, podemos encontrar al psicoanalista Sigmund Freud, quien actualizó la analogía de Platón y los caballos. Según Freud, el problema de todos los trastornos eran las emociones. Un defecto de fábrica con el que debíamos convivir.

Como verás, hasta no hace mucho, no había lugar para las emociones. Pobrecitas ellas.

Durante mucho tiempo, hemos menospreciado a nuestro cerebro emocional y echado la culpa de todos nuestros errores a los sentimientos. Como si estos no tuvieran que existir, como si hubiese sido mejor que no existieran.

Filosofías clásicas como el estoicismo también fueron precursoras de este tipo de pensamientos dogmáticos. Razón por encima de la emoción. Es cierto que el estoicismo se ha interpretado con el paso del tiempo de manera errónea. No pretendían suprimir las emociones, pero de alguna manera, en su forma de querer gestionarlas, buscaban anularlas.

Estamos vivos gracias a las emociones, es hora de darles el protagonismo que se merecen.

Si no fuera por las emociones, la razón no existiría en absoluto, tal y como demostró el neurocientífico Antonio Damasio: “Cuando estamos aislados de nuestros sentimientos, las decisiones más banales se vuelven imposibles. Un cerebro incapaz de sentir no puede tampoco decidir.

La investigación de Antonio Damasio en neurociencia ha demostrado que las emociones juegan un papel central en la cognición social y la toma de decisiones. Su trabajo ha tenido una gran influencia en la comprensión actual de los sistemas neuronales , que subyacen en la memoria, el lenguaje y la conciencia.

Todo sentimiento es, de hecho, un resumen de datos acumulados, algo así como una respuesta visceral a esa información a la que no podemos acceder directamente. Si de pequeño te quedaste encerrado en un ascensor y lo pasaste mal, es probable que desde entonces le tengas pánico a los ascensores. Ese temor es fruto de tus experiencias pasadas.

Más allá de las teorías que sitúan la razón como único motor de la toma de decisiones, cualquier tipo de pensamiento requiere sensaciones y sentimientos, pues estos son los te permiten comprender toda la información que no eres capaz de abarcar de manera directa. Sin la emoción, la razón es incapaz.

Pero hablar así de las emociones sería quedarse en la primera capa de la cuestión. Lo que sientes cuando estás feliz realmente tiene mucho más que ver con unos neurotransmisores que libera tu cuerpo. Y es que algunos de ellos, como la dopamina, tienen un gran importancia en tus decisiones.

La importancia de la dopamina

La dopamina es uno de los muchos neurotransmisores que usan las neuronas para comunicarse entre ellas. Esta sustancia produce lo que conocemos como el sentimiento de felicidad, pero este neurotransmisor ayuda también a regular todas nuestras emociones.

Un exceso de dopamina puede dejarte paralizado. Es lo que ocurre con las drogas, que hacen que el cerebro libere este neurotransmisor en exceso y dejarte KO. La dopamina es una molécula que nos ayuda a decidirnos entre varias opciones. Vamos a ver porqué.

El proceso de la toma de decisiones empieza siempre con fluctuaciones de la dopamina. Las neuronas dopaminérgicas [4] generan continuamente patrones basados en la experiencia y en las expectativas creadas en un contexto dado: “si tal, entonces cual”. Si no se satisfacen las expectativas, las células dopaminérgicas se declaran en huelga. Envían una señal para dejar de generar dopamina.

Siempre que experimentamos algo inesperado, nuestro cortex cerebral se activa y las células cerebrales aumentan su actividad hasta producir una emoción intensa. Este proceso comienza en un área situada en el centro del cerebro, la corteza cingulada anterior (ACC), que está implicada en la detección de errores. Cuando se detecta alguna anomalía, esta preocupación se traduce inmediatamente en una señal somática (la forma en la que las emociones impactan en la percepción, evaluación, decisiones y comportamiento) mientras los músculos se preparan para actuar.

La corteza cingulada anterior también ayuda a recordar lo que las células dopaminérgicas acaban de aprender, lo que nos permite no repetir nuestros errores en el futuro. Con un ejemplo lo entenderás mejor.

Imagina que estás preparando unos macarrones a la carbonara para comer. El agua no hierve y no estás muy seguro de si se está calentando correctamente. Se te ocurre la brillante idea de comprobarlo por ti mismo. Metes el dedo en el agua. ¡Ups! Mala idea. Parece que el agua si que está caliente y está a punto de ebullición. Te has quemado. Pero también has aprendido y tu cerebro recordará la próxima vez que pienses meter el dedo en el agua de los macarrones que quizás no sea la mejor decisión. Buscarás otras alternativas.

Ahora puedes empezar a comprender la sensatez de tus decisiones. La actividad de las neuronas dopaminérgicas nos demuestra que los sentimientos no son solo reflejos de instintos animales. Las emociones humanas tienen su origen en las predicciones de células cerebrales que están continuamente ajustando sus conexiones para reflejar la realidad. Cada vez que cometemos un error o nos encontramos con algo nuevo, nuestras células cerebrales están atareadas efectuando cambios en sí mismas, para luego poder utilizar esa experiencia en un futuro.

Una vaga sensación de incomodidad, por ejemplo, es una parte esencial del proceso en la toma de decisiones. Incluso cuando creemos no saber nada, nuestro cerebro sabe algo y es posible que haya sido almacenado gracias a experiencias anteriores. Confiar en las emociones requiere reflexión constante; la intuición inteligente es el resultado de la práctica reflexiva sobre la propia conducta.

El físico Niels Bohr definió una vez al experto como: “La persona que ha cometido todos los errores que pueden cometerse en un ámbito muy pequeño”. La pericia es simplemente la sabiduría que surge de la experiencia, que luego será procesada. Los errores, por lo tanto, son un paso necesario a la hora de alcanzar sabiduría en la toma de decisiones. Los errores de predicción en una situación pasada pueden traducirse después en conocimiento útil.

De todos modos, las emociones están muy lejos de ser perfectas. Hay determinadas circunstancias que producen cortocircuitos de forma sistemática en el cerebro emocional, lo que nos puede empujar a tomar decisiones poco acertadas, engañados por una sensación. Estos cortacircuitos también son conocidos como sesgos cognitivos.

El principal enemigo en tus decisiones: los sesgos cognitivos

Confiar demasiado en la razón no es la mejor estrategia a la hora de tomar una buena decisión. Lo mismo pasará si te dejas llevar solamente por las emociones.

El modelo de racionalidad limitada de Herbert ya nos avisaba de como funcionan los heurísticos y sesgos a la hora de buscar soluciones a un problema. Estos cortocircuitos del cerebro forman parte de nosotros y de nuestra evolución. Es imposible deshacerse de ellos, pero conocer como actúan en tu cerebro te dará algo de ventaja. El propio Kahneman, después de décadas de investigación sobre los sesgos cognitivos, afirmó que no le han hecho más consciente de sus propios sesgos. Tenemos más facilidad para detectar los sesgos en los demás pero no en nosotros mismos.

Si tiro una moneda al aire y cae durante 10 veces seguidas cara, la mayoría de personas a las que les pregunte porque apostarían la siguiente vez que tire la moneda, no dudarían en decirme que por el lado opuesto, la cruz. La argumentación es clara: si ha salido 10 veces cara, la probabilidad de que salga cruz ahora es mucho mayor. Ya tenemos un cortocircuito aquí. La probabilidad sigue siendo del 50% [1] en cada lanzamiento de moneda. ¿Ves que sencillo es engañar a nuestro cerebro?

Para ser totalmente justo contigo, decirte que existen actualmente debates sobre hasta que punto, los sesgos cognitivos que forman parte de nuestra naturaleza humana, se pueden considerar como algo irracional; que están totalmente fuera del uso de la razón.

Existen multitud de sesgos cognitivos que nos pueden dificultar tomar buenas decisiones, pero hay cinco concretamente que se repiten a menudo y conocerlo te darán ventaja a la hora de decidir:

  1. Sesgos de supervivencia.
  2. Aversión a la pérdida.
  3. La heurística de disponibilidad.
  4. Sesgo de anclaje.
  5. Sesgos de confirmación.

Sesgo de supervivencia

¿Cuantas veces has escuchado los nombres de Jeff Bezos o Steve Jobs como ejemplos de jóvenes emprendedores que empezaron su negocio en un garaje y se hicieron millonarios a los años? Ya respondo por ti: muchas. Pero ahora dime, ¿cuántas veces has escuchado o visto ejemplos de todas aquellas personas que hicieron lo mismo pero no encontraron el éxito?

El sesgo de supervivencia hace que te centres en los ganadores y te olvides por completo de los perdedores que están empleando la misma estrategia que los ganadores.

Si entrenas como Messi, ¿piensas que vas a llegar a donde ha llegado el? Muy difícilmente podrás acercarte si quiera. Puede que haya miles de futbolistas que entrenen de manera muy similar a la de Messi, pero nunca llegarán a ser futbolistas profesionales, y menos aún, a convertirse en uno de los mejores de toda la historia.

Nunca nos hablan de los futbolistas que no llegaron a la cima. Solo conocemos noticias de los que sobreviven. De los Messi y de los Cristiano Ronaldo. Y aquí viene una de las razones por las que tomamos malas decisiones: sobrevaloramos erróneamente las estrategias, tácticas y consejos de un superviviente mientras ignoramos el hecho de que las mismas estrategias, tácticas y consejos no funcionaron para la mayoría de personas que lo intentaron.

Si Bill Gates y Mark Zuckerberg abandonaron la universidad y les ha ido tan bien, la conclusión rápida que podemos sacar es que no necesitas ir a la universidad para triunfar. ¿Y cuantos emprendedores dejaron la universidad para lanzar su proyecto antes y se han dado de hostias?

Aversión a la pérdida

Nos jode más perder diez euros que la alegría de ganarlos. Las investigaciones y la experiencia empírica así lo afirman.

Y por esta razón, nuestra obsesión con evitar pérdidas nos hace tomar muchas veces decisiones inútiles y sinsentido simplemente por mantener lo que ya poseemos.

Todo esto tiene un origen evolutivo, como todos los sesgos cognitivos. Tener una ganancia podía hacernos tener una mejor vida pero no era una mejora muy relevante. En cambio, tener un riesgo o una pérdida si que podía condicionar en mayor medida nuestra capacidad de supervivencia. Y esta es la razón de que actualmente sigamos dándole mucha más importancia a las pérdidas que a las ganancias.

Daniel Kahneman y Amos Tversky hicieron un experimento en que pedían a los sujetos que si tiraban un moneda a cara y cruz y salía cara, les quitarían 10 dólares. En cambio, les preguntaron si salía cruz cuanto querían y la medía de lo que respondieron fue 25 dólares. Es decir, tenían una aversión a la perdida 2.5 veces mayor que a las ganancias. Algo totalmente irracional e ilógico, como remarcaron sus autores.

La heurística de disponibilidad

Es un error muy común que cometen nuestros cerebros al asumir que los ejemplos que vienen a nuestra mente con facilidad son los más importantes o veraces. Causalmente, los ejemplos que vienen a nuestra cabeza con mayor facilidad son a los que estamos más expuestos.

Una investigación realizada por Steven Pinker en la Universidad de Harvard ha demostrado que actualmente estamos viviendo en el momento menos violento de la historia. Hay más personas viviendo en paz ahora que nunca. Las tasas de homicidio, violación, agresión sexual y abuso infantil están disminuyendo.

Reconozco que hace unos años me sorprendí al escuchar esta información. Si este es el momento más pacífico de la historia, ¿por qué hay tantas guerras en este momento? ¿Por qué cada vez que pongo las noticias, hablan sobre violaciones, asesinatos y delitos todos los días?

Bienvenido a la heurística de disponibilidad.

La respuesta es que no solo vivimos en el momento más pacífico de la historia, sino también en el momento mejor informado de la historia. La información sobre cualquier desastre o crimen está más disponible que nunca. Una búsqueda rápida en Internet arrojará más información sobre el ataque terrorista más reciente de la que podría haber entregado cualquier periódico hace 100 años.

El porcentaje general de eventos peligrosos está disminuyendo, pero la probabilidad de que la noticia de alguno de ellos llegue a tus oídos, no para de aumentar. Gajes de la hiperconectividad a la que estamos acostumbrados hoy en día. Y debido a que estos eventos están fácilmente disponibles en nuestra mente, nuestro cerebro asume que suceden con mayor frecuencia de la que realmente suceden.

Sobrevaloramos y sobrestimamos el impacto de las cosas que podemos recordar y subestimamos la prevalencia de los eventos de los que no escuchamos nada.

Sesgos de anclaje

Si entras a una tienda y ves una camisa que te gusta pero cuesta 200€, te puede parecer demasiado cara para tu presupuesto. Pero si entras a una tienda, y ves esta camisa a 1000€ por primera vez, de repente la camisa de 200€ parece algo mucho mas razonable.

El sesgo de anclaje juega precisamente con esto. La primera información que llega a nuestro cerebro es la que usamos como referencia para futuras decisiones.

Pasemos al último error y al que con más frecuencia caemos todos. Y aquí no se libra ni el apuntador. Pero conocerlo bien, hará que seas más consciente de cuando estés siendo presa de el. Aunque ya te avisamos, de que no siempre podrás prevenirlo. Te estoy hablando del sesgo de confirmación.

Sesgo de confirmación

El padre de todos los sesgos. El sesgo de confirmación se refiere a nuestra tendencia a buscar y favorecer toda la información que confirme nuestras creencias y nuestras mierdas. Y no solo eso, también se ocupará de degradar y devaluar toda la información que vaya en contra de nuestras creencias.

Cuando una persona que cree firmemente que el cambio climático es un problema serio, solo va a buscar y leer historias que confirmen sus creencias preconcebidas. ¿Piensas que va a escribir en su buscador de internet favorito “porque el cambio climático es una mentira gubernamental”? Su cerebro no quiere leer argumentos en contra, estén o no en lo cierto. Lo único que quiere es continuar confirmando y apoyando su creencias actuales.

En cambio, otra persona que no crea que el cambio climático sea un problema real, solo buscará información que desmonte la veracidad del cambio climático y que lo tachen de mito. Como la otra persona, esta también continuará confirmando y apoyando sus creencias actuales.

¿Te parecen estúpidas estas personas? Siento decirte que tu y yo hemos hecho lo mismo multitud de veces. Estamos programados para seguir haciéndolo

Cambiar de opinión es más difícil de lo que parece.

No es natural para nosotros formular una hipótesis y luego probar que es falsa. En cambio, es mucho más probable que formulemos una hipótesis, asumamos que es cierta y solo busquemos información que la respalde.

La lista de sesgos cognitivos y cortocircuitos que puede cometer nuestro cerebro en el entorno actual es casi infinita. Si quieres conocer más sobre ellos, te dejo en las notas varias recomendaciones.

Queda claro que las emociones juegan un papel fundamente en nuestras decisiones y que las experiencias pasadas nos ayudan a tomar mejores decisiones futuras. Pero, ¿qué ocurre cuando nos topamos antes una situación nueva para nuestro cerebro? ¿Cómo interpretamos esa información para tomar una buena decisión? Sigue leyendo.

La importancia de la gestión emocional

¿Cómo podemos gestionar nuestras emociones? La respuesta es sencilla: pensando en ellas.

La corteza prefrontal nos permite a cada uno meditar sobre nuestra propia mente, una habilidad que los psicólogos denominan metacognición. La metacognición viene a ser la consciencia sobre nuestra propia consciencia.

Esta era una de las ideas del filósofo Aristóteles. En su Ética a Nicómaco propuso que la clave para cultivar la virtud era aprender a gestionar las pasiones. A diferencia de su maestro Platón, Aristóteles se dio cuenta de que la razón no siempre estaba en conflicto con la emoción.

“Cualquiera puede enfadarse. Pero estar enfadado con la persona correcta, el nivel de enfado correcto, en el momento adecuado, con el propósito acertado y de la manera correcta, no es fácil”. Aristóteles.

Bueno, pues gracias a esta metacognición sabemos si estamos enfadados, si sentimos ira o alegría: todos los estados emocionales traen consigo conciencia de sí mismos, por lo que puedes ser capaz de intentar entender por qué estás sintiendo lo que estás sintiendo.

Como dijo el neurocientífico Joseph LeDoux:

“La ventaja (del cerebro emocional) es que al permitir que la evolución piense por ti al principio, básicamente ganas el tiempo que necesitas para pensar en la situación de la manera más razonable.”

Hemos hablado de como las experiencias y errores pasados nos pueden ayudar en nuestra futura toma de decisiones a modo de “almacén de datos”. ¿Pero qué pasa cuando nos topamos con una situación que no hemos experimentado antes? Cuando las neuronas dopaminérgicas no tienen ni idea de qué hacer, de cómo actuar, es esencial intentar no hacer caso a nuestras emociones. En está situación probablemente las emociones nos puedan jugar una mala pasada, por lo que será conveniente pararnos a reflexionar y determinar si realmente tenemos almacenada alguna experiencia anterior que guarde relación con el problema que queremos resolver.

Quieto parado. Seguro que en más de una ocasión el pensar demasiado sobre una decisión se ha acabado convirtiendo el mayor problema que la propia decisión. Y es que el pensar demasiado nos puede paralizar.

El problema de pensar demasiado

Creemos que una decisión reflexionada y racional será siempre mejor que una decisión tomada impulsivamente. Es normal que pensemos así ya que es el mantra que se ha extendido en las sociedades occidentales desde la Antigua Grecia. Las decisiones emocional tienen mala prensa.

La realidad del cerebro es que, a veces, la racionalidad llevada a extremos te puede perjudicar. Si te obsesionas con el cerebro racional, puedes cometer muchos errores al tomar decisiones. Estás pasando por alto el rol de las emociones en tu comportamiento. En vez de escoger la opción que te de la sensación de ser la mejor, tomas una decisión por lo que suena mejor en términos racionales. A todos nos ha pasado.

Y es que decisiones como elegir el color de tu coche no las puedes tomar de manera totalmente racional, por mucho que te empeñes.

Existe algo así como el exceso de análisis. Si pensamos demasiado en el momento inoportuno, nos aislamos de la sabiduría de nuestros sentimientos y de nuestras emociones, que evalúan mucho mejor las preferencias reales. Perdemos la capacidad de saber lo que realmente queremos, para centrarnos únicamente en aquello que parece tener sentido racionalmente hablando.

Y aún que hable siempre de la razón y la emoción como partes separadas, debes entender que ya hay estudios, como los llevados cabo en la Universidad de Columbia por el doctor Michel Puan, que nos indican que debemos dejar de concebir lo emocional y lo racional de manera separada. Dicho de otro modo, las emociones también pueden ser lógicas y racionales.

Para entender como se comporta cada parte del puzzle, seguiré hablando de la razón y la emoción como entes diferentes. Eso sí, entes totalmente interconectados entre sí.

Y es que el peligro del exceso de información radica en que puede dificultar mucho el rendimiento. La corteza prefrontal es un suceso evolutivo extraordinario, pero debemos usarla con cuidado. Puede controlar pensamientos y ayudar a evaluar emociones, pero también paralizar. Existe un exceso de opciones en el entorno actual que vivimos y nuestra racionalidad no está adaptada a este entorno.

Cuando alguien cae en la trampa de pasar demasiado tiempo pensando, está utilizando el cerebro racional de forma equivocada. La corteza prefrontal no es capaz de manejar tanta complejidad por sí sola.

Algunas de las decisiones más importantes que tomamos tienen que ver con el modo en el que tratamos al resto de personas. El ser humano es un animal social, provisto de un cerebro que determina la conducta social. Si entendemos cómo toma el cerebro estas decisiones, podemos llegar a comprender uno de los aspectos más excepcionales de la naturaleza humana: la moralidad.

Las decisiones morales

Definir la moral es algo complejo así que usaré la misma definición que pone en la wikipedia para que partamos del mismo concepto.

Según la Wikipedia, la moralidad es un conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad. En definitiva, la moralidad no es más que una serie de opciones sobre cómo tratar a las otras personas. Cuando actuamos de forma moral, como por ejemplo rechazar la violencia o ayudar a los más desprotegidos, estamos tomando decisiones que tienen en cuenta a los demás individuos, además de a nosotros mismos.

Estamos pensando en los sentimientos ajenos, compartiendo su estado de ánimo, algo que los psicópatas no pueden hacer, porque tienen dañado el cerebro emocional. Para un psicópata, en la violencia no hay nada intrínsecamente malo. Hacer daño a otro es solo un medio de conseguir lo que se quiere, una manera totalmente aceptable de satisfacer deseos.

La ausencia de emociones vuelve incomprensibles los conceptos morales más básicos. Una razón más a tener en cuenta sobre la importancia de las emociones a la hora de decidir.

Los últimos estudios en neurociencia hablan de que cuando nos enfrentamos a un dilema moral, el inconsciente genera espontáneamente una reacción emocional. Estos instintos morales no son racionales, pero son esenciales para no cometer crímenes incalificables. Para las decisiones morales hace falta tener en cuenta a las otras personas.

Hay que compensar el egoísmo con algo de generosidad. En esencia, la toma de decisiones morales tiene que ver con la compasión y la comprensión. Aborrecemos la violencia. Tratamos a los otros con justicia porque sabemos cómo es que te traten injustamente. Rechazamos el sufrimiento porque somos capaces de imaginar lo que es sufrir.

El problema es que la comprensión no siempre es tan fácil como parece. El secreto del altruismo es que sienta bien. El cerebro está concebido de tal modo que los actos caritativos son placenteros.

Según Slovic, psicólogo de la Universidad de Oregón, el problema de las estadísticas es que no activan nuestras emociones morales. Las deprimentes cifras nos dejan fríos: nuestra mente no es capaz de comprender el sufrimiento a una escala tan grande. Por eso nos quedamos paralizados cuando un niño se cae en un pozo, pero hacemos la vista gorda ante millones de personas que mueren cada año por falta de agua potable. Y por eso donamos miles de dólares para ayudar a un solo huérfano de guerra que aparece en la portada de una revista, pero pasamos por alto los genocidios de Ruanda y Darfur.

Josef Stalin lo resumió muy bien en una sola frase:

“Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”.

La compasión es uno de los instintos más básicos de la humanidad. Si una persona recibe amor en su infancia y no sufre ningún trastorno del desarrollo, su cerebro rechazará de forma natural la violencia. Esta conducta es precisamente una parte fundamental de quienes somos. La evolución nos ha programado para que nos preocupemos unos de otros.

A menudo, nos vemos inmersos en debates internos antes de tomar cualquier decisión. ¿Sigo con mi pareja o la dejo? ¿Cómo sabré si estoy realmente enamorado de ella? ¿Recojo la mesa ahora, aunque me de pereza, o lo dejo para cuando vuelva a casa y esté más cansado? Todas las decisiones que tomamos en la vida se enfrentan a un profundo debate: el nuestro.

El debate en la toma de decisiones

La decisiones que tomamos a lo largo del día surgen de un debate interno. Incluso las decisiones más triviales surgen de un intenso debate.

“La cuestión es que la mayor parte del cálculo se lleva a cabo en un nivel emocional, inconsciente y no en un nivel lógico”. Antoine Bechara, profesor de psicología y neurociencia.

Quizás la idea de ver a tu cerebro en un continuo debate sobre todas las decisiones que tomas no te aporté seguridad. Nos encantaría pensar que estamos completamente seguros de cualquier decisión que tomamos. Siento decirte que no es así.

Entonces, ¿cómo conseguimos conciliar las posturas enfrentadas? Si el cerebro siempre discrepa de sí mismo, ¿cómo puedes llegar a tomar una decisión? A primera vista, la respuesta parece evidente: hay que forzar un acuerdo.

El problema es que las ganas de terminar el debate a menudo llevan a desatender informaciones cruciales. Y esto se traduce en tomar decisiones poco acertadas.

Por ejemplo, en cuanto uno se identifica con un partido político, moldea el mundo para que se adapte a su ideología. ¿Te suena verdad? Y es en momentos así en los que la racionalidad llega a ser realmente un hándicap, pues nos permite justificar casi cualquier mierda. Se suele decir que las personas más inteligentes son las más vulnerables a caer en esta trampa, ya que son capaces de encontrar multitud de argumentos falaces que respalden sus creencias. Por muy equivocados que estén.

Siempre queremos tener razón y esto es peligroso cuando tenemos demasiadas áreas cerebrales “compitiendo” en nuestra cabeza. No es fácil tomar una decisión cuando la mente consta de tantas partes que compiten entre sí, por eso estar seguro de algo puede reconfortarnos tanto. La duda, no tanto. ¿Le hacemos caso al miedo o a la valentía? El miedo tiene un objetivo, que es salvaguardar nuestra supervivencia. ¿Cómo saber a quien hacerle caso entonces?

Debemos de obligarnos a nosotros mismos a pensar en la información en la que no queremos pensar, a prestar atención a los datos que perturban nuestras arraigadas creencias. Es posible corregir de manera consciente esta tendencia innata .A la hora de tomar una decisión, hay que oponer resistencia activa a las ganas de reprimir la discusión.

Ya has visto que son muchos los factores que influyen en nuestras decisiones. Nuestro cerebro, en realidad, es un órgano hiperconectado.

Somos seres complejos y frágiles y no siempre tendremos el control absoluto sobre nuestra capacidad para decidir. Es imposible tener todos los datos necesarios y escaparnos de nuestros sentimientos o sesgos cognitivos para tomar siempre una buena decisión.

Esto los jugadores de poker lo saben muy bien. Conocen el juego a la perfección, pero han interiorizado que el error forma parte del juego. Algo que también saben es que si toman siempre una decisión óptima, aunque a veces no sea la acertada, la victoria en el largo plazo está asegurada.

Sé como un jugador de poker

Veamos lo que pasa cuando, en el poker, un jugador decide subir una apuesta. Una decisión así puede significar algo simple: el jugador confía en sus cartas. O puede ser un farol, cuando el jugador intenta llevarse el bote intimidando a los otros jugadores para que pasen. ¿Cómo se distingue entre dos intenciones tan diferentes? Y es que en el poker lo más importante no es lo que contienen realmente las cartas, sino lo que la gente cree que contienen.

Una mentira bien contada es tan buena como la verdad. Por ese motivo los aspectos psicológicos del poker (las interpretaciones sutiles, los faroles convincentes, las intuiciones inexplicables) son tan importantes. Nos indican cuando hay que jugárselo todo a una pareja de reyes. En estas situaciones, probablemente es un error reflexionar de manera consciente acerca de todas las opciones, pues eso inunda la corteza prefrontal de demasiados datos.

Ya nos hemos acercado a cómo funciona realmente nuestro cerebro en la toma de decisiones.

La ciencia de la toma de decisiones es aún una ciencia joven. Los investigadores están solo empezando a entender cómo toma las decisiones el cerebro.

Las decisiones son los pasos que trazan tu camino. Algunas serán más acertadas que otras. Lo más importante es que no actúes de manera impulsiva. Pero ten cuidado con pensar demasiado. Ya has visto que esta práctica también te puede perjudicar a la hora de tomar una decisión.

Practica y mejora tu sintonía de tus deseos, experiencia e intuición. Emoción y razón nunca pueden ir por separado. En todas tus decisiones, ambas partes estarán presentes. Interiorízalo y entiende cuando debes hacer más caso a tu intuición o cuando una decisión merece ser reflexionada desde la razón. No es lo mismo decidir sobre cual va a ser tu desayuno de mañana que elegir una carrera donde vas a pasar los próximos cuatro años.

Si esta guía te ha sabido a poco, te voy a dejar una lista de recursos para que puedas seguir tirando de la manta. Recuerda que cada miércoles, recibiras un correo donde compartimos lecciones, herramientas y experiencias para convertirte en un mejor ser humano. No te quedes aquí, y sigue buscando tu verdad.

Notas

  1. En el mundo real, las probabilidades son de 51 % y 49 %, según si escogemos cara o cruz. Dicha afirmación nace de una investigación de un equipo de estudiantes de la Universidad de Stanford, que registró en vídeo miles de lanzamientos de moneda con cámaras de alta velocidad.
  2. Cerebro compasivo.
  3. Un auriga era quien debía conducir la biga, vehículo ligero tirado por dos caballos, que era el medio de transporte de algunos romanos.
  4. Las neuronas dopaminérgicas son las que aumentan la cantidad de dopamina en el cerebro.

Recursos

  1. Entrevista con Pablo Castañeda, de Smart Sapiens donde hablamos sobre el cerebro y la metacognición.
  2. Podcast sobre sesgos cognitivos.
  3. Sobre mejorar tus decisiones por defecto. Artículo de James Clear (en inglés).
  4. Sobre como decidimos. Libro How we decide de Jonah Lehrer.
  5. Sobre el proceso de toma de decisiones. Libro Administrative Behavior de Herbert Simon.
  6. Sobre la toma de decisiones y los sesgos cognitivos. Libro Pensar rapido, pensar despacio de Daniel Kahneman.
  7. Estudio sobre las decisiones emocionales racionales.
  8. Curso sobre toma de decisiones de Píldoras del conocimiento. Sesgagos: mejorando nuestra toma de decisión.
  9. Sobre porque las personas inteligentes toman malas decisiones. Artículo de Ness Labs (en ingles).
  10. Sobre como tomar decisiones inteligentes. Artículo de Farnam Street (en inglés).