Un emprendedor que no medita es un fracaso como emprendedor.
Ya está.
Da igual que facture, que mantenga puestos de trabajo, que la actividad de su negocio tenga un impacto social positivo.
Internet sabe que si no meditas, no eres suficientemente buen emprendedor.
No sé si hay un hábito más emprendeduril que meditar.
Si lo hay, probablemente sea levantarse a las 5 de la mañana, ¿verdad?
Pero el caso es que esas dos cosas serán las que te definan como buen emprendedor el día de mañana de cara a la galería.
¿Qué opinas?
Qué pereza.
Pero así funciona la cultura pop. Mala suerte.
De todas formas, como aquí venimos a hablar de cosas útiles, vamos a dejar la cultura pop a un lado y a pensar mejor en esos que facturan, que mantienen puestos de trabajo y que llevan a cabo acciones con un impacto social positivo.
Vamos a pensar en los currantes de verdad y a dejar el postureo al lado un rato.
Y vamos a hablar, concretamente, de lo bien que les puede venir meditar.
De lo bien que te puede venir a ti.
Pero no como estás pensando, con ese rollito zen de mindfulness y tal, no.
Como se ha meditado de toda la vida de Dios.
Allá va:
La meditación no es exclusiva de nadie
Las prácticas de abstracción mental son tan antiguas como el hombre.
Independientemente de que fuera con ayuda de sustancias estimulantes o no, el ser humano siempre ha tenido curiosidad por conquistar la tranquilidad del espíritu.
Y por eso son muchas las culturas y religiones que tienen como sello característico la meditación.
O al menos, una versión concreta de ella.
Hoy en día, cuando pensamos en meditar, probablemente imaginamos hombres con el pelo rasurado y rasgos orientales vestidos con túnicas color mostaza.
Quizá pensamos en aquel monje budista que se prendió fuego a sí mismo y permaneció impasible mientras su carne ardía en 1963.
Pero meditar es una costumbre también muy, muy occidental.
Tan occidental como la civilización griega.
Tan occidental como el cristianismo. Como el catolicismo, en particular.
Porque mientras en la parte más oriental del mundo meditar tenía más que ver con el control de los pensamientos, del cuerpo y de las emociones, en la parte más occidental meditar se convirtió en una forma de enfocar la atención.
Una forma de ser conscientes de lo que está ocurriendo, de procesar más y mejor la información, de orientar nuestras acciones deliberadamente.
Y eso, creo yo, tiene mucha utilidad en el mundo en que vivimos.
Porque es así como vivimos. A toda velocidad.
Sobreexcitados. Sobreestimulados. Confusos.
Imagina si pudieras echar el freno cada vez que sientes que vas a mil revoluciones.
Imagina si pudieras respirar con mucha más facilidad.
Si más que imaginarlo lo necesitas, entonces lo que te voy a contar te interesa:
La meditación occidental
Hay una costumbre muy estoica, la de hablar con uno mismo, que los católicos también tenemos.
Mi abuela me enseñó a rezar así con Dios. Contándole mis preocupaciones y mis dudas en silencio, en mi mente.
Decía que así me sentiría seguramente mejor. Reconfortada, menos sola.
Y tenía razón.
Pero no solo porque la fe tiene un efecto psicológico concreto en la mente humana, sino porque hablarse así hacia dentro, también lo tiene.
La oración interna que tanto condenó la Iglesia en los místicos del siglo XVI es una herramienta potentísima para la claridad mental.
Y precisamente, esa oración interna, entendida como una conversación o una forma de pensar activamente, era la que usaban los estoicos cuando, día tras día, por la mañana y por la noche, reflexionaban sobre su comportamiento de las jornadas venideras… y de las que ya se habían terminado.
De hecho, la primera vez que se estudió el estoicismo desde la terapia cognitivo-conductual se llamó a las técnicas psicológicas de los estoicos “ejercicios espirituales”.
Si conoces la cultura católica (como la mayoría de españoles), quizá te suene la expresión. Fue tomada del mismo fundador de los jesuitas, San Ignacio de Loyola.
¿Ves como se va cerrando el círculo?
Hablar con uno mismo es una forma de meditar. De ahí el meditabundo, absorto en sus pensamientos, que consigue tomar una decisión complicada después de mucho pensar.
Pero no ha llegado ahí por casualidad.
Ha tomado esa decisión después de mucho practicar. Porque la meditación reflexiva… requiere práctica.
Como la meditación zen, sí. Pero a su manera, verás.
Los problemas de la meditación occidental en la toma de decisiones
Si a mí me gusta como herramienta esta cosa de hablar con uno mismo de una forma muy concreta es porque me ha permitido mejorar mi sistema de toma de decisiones.
No se trata solamente de constatar y describir lo que se ha hecho durante el día o lo que se planea hacer mañana, sino de enjuiciar y valorar lo cerca o lo lejos que nos encontramos de quien queremos ser, cada día.
Cuando te planteas la toma de decisiones importantes desde la óptica de quien quiere acercarse a la persona que quiere ser, se eligen cosas distintas.
Los estoicos aspiraban continuamente a ser sabios, siendo muy conscientes de que lo más importante de la sabiduría era el camino hacia una meta que nunca llegaría.
Uno se iba haciendo sabio… pero ningún estoico romano se hubiera llamado sabio a sí mismo.
No obstante, por mucho que lo hicieran los estoicos, y por mucho que me gusten, la meditación reflexiva no es la panacea.
Hay ciertos problemas con la meditación occidental.
Verás, hoy sabemos que somos seres sesgados. Que nuestro pensamiento transcurre por un camino concreto porque nuestro cerebro está programado para funcionar de una forma determinada.
Por ejemplo, sabemos que, si oímos una opinión sobre un tema por primera vez, esa opinión tendrá un peso mucho más fuerte en nuestro sistema de creencias que aquellos argumentos que la contradigan.
Tan fácil como ser lo primero que escuchamos sobre un tema.
Y esto es así porque el cerebro necesita funcionar clasificando la información de la forma más rápida y óptima posible para garantizar nuestra supervivencia.
¿Primera vez que veías un lobo? Si había miedo, sobrevivías. Dime que quizá se pueda amaestrar, bien, vale. Pero durante milenios, el ser humano no amaestró. Luchaba, o corría.
Más o menos así es como funciona.
Y este efecto halo no es el único sesgo al que nos enfrentamos cuando meditamos a lo occidental. Es decir, cuando reflexionamos activamente sobre algo.
También nos afectan otros.
Como nuestra tendencia a magnificar nuestros problemas y nuestras desgracias, y a encumbrar los logros de los demás.
Probablemente el vestido de tu cuñada no fuera tan bonito en comparación con el tuyo, y probablemente nadie se diera cuenta de que tu delineado en los ojos no era exactamente simétrico.
(Créeme, me ha pasado. Lo del delineado, no lo de la cuñada)
Probablemente hubieras perdido la pachanga de padel igualmente, aunque hubieras tenido un día mejor en la cancha.
Magnificamos nuestros problemas. Infravaloramos nuestros logros.
Tenlo en cuenta cuando medites, y vayas a tomar una decisión sobre algo.
Beneficios probados de la meditación
La meditación a lo occidental es una cualidad cultivable.
Que sea cultivable quiere decir que uno se vuelve mejor en ella cuanto más practica.
Y que cuanto más practica, más beneficios obtiene. O estos son mayores, vaya.
Y no solo en lo que respecta a mejorar en la toma de decisiones.
La reflexión activa sobre nuestro papel en nuestro mundo provoca que sintamos agradecimiento.
Y aunque no es la única forma de llegar a él, el agradecimiento es una práctica que conlleva toda una serie de beneficios.
Por ejemplo, conlleva mejoras en la salud física y mental al disminuir el estrés, la ansiedad, la depresión y la agresividad.
Permite que durmamos mejor e incluso puede hacer que nos sintamos más satisfechos en la vida.
Por lo tanto, pararse a pensar y cultivar la claridad mental no parece algo que buscar únicamente para tomar mejores decisiones.
También es algo que podemos buscar para mejorar nuestro bienestar, nuestra salud y nuestra forma de vivir en el mundo.
Es curioso, porque algunos de estos beneficios comprobados también pueden alcanzarse a través de la meditación zen.
De hecho, la meditación entendida como control de la respiración, evitación de los pensamientos y gobierno de los impulsos y las emociones, también tiene una relación probada con la disminución del estrés y la ansiedad, e incluso con mejoras en la depresión.
Se le reconocen efectos analgésicos, mejoras en la atención y en la conciencia, en la regulación emocional y posibles reducciones en el tiempo empleado en la resolución de dilemas.
Todo eso, meditando a lo budista.
Y te estarás preguntando…
Entonces… ¿cómo debo meditar?
Verás, resulta que estas dos formas tan “distintas” de meditar, la reflexión activa y la meditación zen, en todas sus versiones diferentes, desde la oración interna al mindfulness, no son más que herramientas.
Como levantarse a las cinco de la mañana o hacer cualquier otra cosa que parezca estar de moda en Youtube para ser buen emprendedor.
Y como cualesquiera herramientas, uno deberá aplicarlas debidamente cuando considere que son la mejor opción.
Hemos visto que los dos tipos de meditación pueden conllevar beneficios similares, aunque no necesariamente en el mismo grado, o de la misma manera, y para la misma persona.
Para mí, la meditación es una cuestión de cada uno.
De carácter, primero, claro.
Hay cabezas que no soportarían el entrenamiento necesario para obtener beneficio de la meditación zen.
Cabezas hiper analíticas, como la mía a veces.
Hay otras cabezas que no pueden estar simplemente pensando en algo concreto. Que prefieren evadirse de todo para relajar su ansiedad. Vaciar la mente.
También soy yo a veces. Personalmente, utilizo los dos tipos.
Utilizo la meditación reflexiva a la manera de los estoicos para evaluar sobre mi vida.
Y por cierto, siempre alcanzo mejores conclusiones si pienso mientras camino (esto tiene toda una serie de explicaciones psicológicas también, pero me está quedando largo ya el artículo).
Y ya si voy pensando en medio de la montaña de León o de Asturias… ni te cuento.
Medito activamente para recobrar la perspectiva sobre mi hoja de ruta y para entender mejor a las personas que me rodean.
Para entenderme mejor a mí misma.
En cambio, me sirvo de la meditación zen, por novata que sea, de diez minutos en diez minutos, cuando mi cerebro no puede más.
Habitualmente, suele ser algunos días a media tarde.
Me levanto del escritorio, me siento en el suelo en un cojín pequeñito, cruzo las piernas y empiezo a controlar mi respiración y mi postura.
Estiro un poco, si acaso. Y es como si hubiera dormido una pequeña siesta.
Si tienes un proyecto, del tipo que sea, vayas a emprender o no, no te distraigas.
No pienses que necesitas el móvil más bonito, el cuaderno más caro o levantarte a las cinco de la mañana.
Piensa, si te parece bien, que lo que te vale es acercarte a quien quieres ser.
Y que todo lo demás son herramientas para conseguirlo.
Que si no te sirven a ti, no pasa nada.
Que si no eres productivo una época, tampoco pasa nada.
Solo cuídate…
Y medita.