¿Cómo se gestiona el placer desde una perspectiva estoica? ¿Es algo a buscar o a evitar? Olvidemos las dicotomías preestablecidas y entremos a valorar el fondo de la cuestión.
Creencias populares
En ocasiones, cuando hablamos sobre estoicismo, lo primero que viene a la cabeza de muchas personas es una filosofía que rompe con la idea de disfrutar de los placeres que pueda brindarnos la vida e incluso que los rehúye.
Esto, probablemente, sea debido al reduccionismo que suele hacerse de cualquier corriente y que, ya en otras ocasiones, ha llevado a considerar el estoicismo como una filosofía fría, que busca evitar la expresión de emociones. Algo que no es más que un error de interpretación.
Los placeres cuando superan cierto umbral se convierten en castigos.
Marco Aurelio.
El caso de la gestión de los placeres es algo más complejo, pues el reduccionismo lógico que se produce al afirmar que el estoicismo busca eludir los placeres nace de una falacia argumental. Y es precisamente por esto que debemos romper con los errores de razonamiento y entender cuál ha sido la concepción del placer para los estoicos a lo largo de la historia y por qué la respuesta no se halla en si es algo que se deba buscar o evitar.
El placer de la filosofía
La búsqueda del placer es algo inherente al ser humano: nuestro propio instinto de supervivencia entiende que lo que nos hace sentir bien a corto plazo, nos está aportando algo satisfactorio para nuestra pervivencia en la Tierra. Podemos encontrar ejemplos de ello en la preferencia ante los alimentos dulces —altamente calóricos y azucarados— frente a los amargos —sabor que puede indicar un mal estado de la comida—, o en el placer en la práctica sexual como recompensa a la reproducción y, con ello, la pervivencia de la especie.
Es por ello que, de un modo intuitivo, el ser humano ha buscado el placer como objetivo primordial de sus acciones: aquello que nos aportaba placer era beneficioso y lo mismo sucedía a la inversa, por lo que el círculo virtuoso implantado en nuestra forma de actuar durante un periodo tan vasto de la historia ha perdurado hasta nuestros tiempos.
La naturaleza ha unido el placer a lo necesario, no para quedarnos simplemente con el placer, sino para que esas cosas que necesitamos nos resulten atractivas.
Séneca
El apego al placer
Llegados a este punto, debemos considerar un motivo de peso para que esta tendencia, a la postre tan beneficiosa para la humanidad, hubiera de romperse. Tal suceso lo encontramos hace 10.000 años con el paso del paleolítico al neolítico, que implica la evolución de nómadas a sedentarios, la creación de granjas y, de este modo, a que el trabajo rutinario sustituya al instinto de supervivencia para nuestra prosperidad.
Mientras que unos años atrás, encontrarnos con un panal de miel podría salvarnos la vida, y esto lo corroborábamos con el dulce sabor que obteníamos tras su ingesta; ahora, si somos capaces de trabajar la apicultura por nosotros mismos y en cualquier época del año, comer miel a diario nos hará más mal que bien, debido a los picos de insulina que nos producirá.
Evidentemente, todos estos sucesos nos llevan a reconsiderar qué es el placer para el género humano y por qué sentimos tanto apego hacia él, y las reflexiones al respecto de las primeras escuelas del pensamiento griego no tardaron en llegar.
Hedonismo y placer
La primera escuela filosófica en tomar posición al respecto fue la hedonista. Con la creación del hedonismo cirenaico, Aristipo de Cirene (435-350 a.C.) da comienzo a una escuela del pensamiento basada exclusivamente en el placer instantáneo, tanto, que incluso es antepuesto a posibles placeres mayores en el futuro.
Unos años más tarde, Epicuro de Samos (341-270 a.C.) pone la primera piedra del denominado epicureísmo, doctrina hedonista que se diferencia de la cirenaica en que en lugar de buscar el placer de forma directa, lo hace tratando de evitar el sufrimiento. De esta forma, busca el placer pero no por ello anteponiendo la recompensa inmediata a una que se pudiera obtener en el largo plazo.
Sigue la vida mejor, no la más agradable, de modo que el placer no sea el guía, sino el compañero de la voluntad recta y buena, pues es la razón quien tiene que guiarnos.
Séneca.
Sea como fuere, lo que ambas corrientes hedonistas tienen en común es la persecución del placer como objetivo prioritario.
El contrapunto del estoicismo
Tras la lectura de las líneas anteriores referentes al hedonismo, y en vista de que existe una corriente que choca con esta en su forma de comprender la gestión del placer, cabe pensar que si la primera tiene como objetivo perseguir el disfrute de los placeres, la segunda tendrá como tal, el rechazo de los mismos.
Pero seguir este razonamiento, que pudiera parecer coherente, nos haría caer en una falacia de falsa dicotomía, ya que el hecho de que la persecución de los placeres no sea su objetivo principal, no nos lleva a tener que rechazarlos de facto, sino que cabe la posibilidad de que ocupen una postura alternativa, mediante otro tipo de planteamiento, como es el caso.
No es lo mismo que ante un mismo enfoque haya dos posturas opuestas, a que tengan formas diferentes de enfocarlo.
Quienes se dejan atrapar por el placer, y no pueden vivir sin él, son los más desdichados, al permitir que algo superfluo se convierta en necesario.
Séneca.
Despejando dudas
Una vez entendemos que hedonismo y estoicismo no chocan de base sino que son sus planteamientos los que lo hacen entre sí, pasemos a ver qué visión tienen los segundos al respecto de la toma de placeres.
Se puede decir que la filosofía estoica busca la felicidad y la sabiduría prescindiendo de los bienes materiales; pero, más concretamente, en lo relativo al caso que nos ocupa, pretende alcanzar la virtud sin tener que ser esclavo de agentes externos los cuales no son controlables, esto es, de los indiferentes.
Cuando no sabes hacia donde navegas, ningún viento es favorable.
Séneca.
Es evidente que, si en la búsqueda de la eudaimonia (felicidad griega, vinculada a la mejora personal) un estoico encuentra un placer, que no es más que un indiferente preferido —más allá del que se deriva de disfrutar de la propia acción, un placer que en cualquier otro momento no hubiera perseguido como objetivo—, este lo va a abrazar y va a disfrutar del mismo.
Pero la diferencia fundamental se basa en la dependencia: un estoico no busca el placer, porque no depende del mismo; y no lo rechaza, porque no depende de una filosofía prohibitiva. En su lugar, toma el camino que haya elegido como persona, aquel que le forme y le sea congruente con sus objetivos vitales, y abraza el placer que él decida, con la libertad de quien tripula su propio barco.
Conclusiones
Evolutivamente estamos programados para sentir preferencia por los placeres, pero esto no hace que sean necesariamente positivos para nosotros.
Comprender la historia y el punto en el que nos encontramos, nos hace tener las armas para plantearnos enfrentar estas tentaciones desde una perspectiva estoica y poder decidir si verdaderamente queremos tomarlas o no.
Si logras algo bueno con esfuerzo, el esfuerzo pasa rápido pero lo bueno permanece. Si haces algo malo por placer, el placer pasa rápido pero lo malo permanece.
Musonio Rufo.
Ante la propuesta hedonista de la búsqueda del placer como objetivo vital, se encuentra la estoica, que busca no ser dependiente de elementos externos o placeres que nos desvíen del camino.
En definitiva, el estoicismo propone disfrutar cada instante, entendiendo que la vida es un viaje fugaz, pero siempre teniendo en cuenta que es uno mismo quien decide, con fortaleza de espíritu, qué hacer con el devenir de su propia vida.
Sabes por experiencia cuántas vueltas has dado sin encontrar la buena vida (eudaimonia). No la has encontrado ni en la lógica ni en la riqueza, ni en la fama ni en el placer. ¿Cómo se logra entonces? Teniendo principios que gobiernan tus impulsos y tus acciones.
Marco Aurelio.
1 comentario en “Estoicismo y la gestión del placer”
Aunque soy una principiante en esta senda de vida , amo y me veo comprometida a practicar los principios que he conocido