Dicen que fue en la Grecia Clásica donde se acuñó el término de la Espada de Damocles, haciendo referencia a la leyenda que lleva su nombre. Damocles era un cortesano que había sido invitado a un banquete en el que estuvo sentado en todo momento, sin percatarse, bajo una espada que pendía de un pelo de crin de caballo que, pudiendo haberlo matado no llegó a soltarse. De este modo, se hace referencia a la Espada de Damocles para referirse a aquel elemento que confiere la posibilidad de generar un daño o no hacerlo dependiendo de las circunstancias.

La espada de Damocles

La utilidad que tiene este concepto en la vida cotidiana depende de si tenemos control sobre la espada o no: en caso de no tenerlo, nos sirve saber que cuelga sobre nosotros para gestionar la situación y evitar sorpresas; y, en caso de tenerlo, la podemos usar como un caso específico de opcionalidad. Cuando existe la ‘amenaza persistente de un peligro’—como la RAE define a la Espada de Damocles—, actuaremos conforme a ello y, aunque parezca que esto solo puede ser algo negativo, la realidad es bien distinta y el objetivo de este artículo es explicar cómo sacar partido de ello.

El ejemplo más claro de esto se da entre Estados y el botón nuclear. El hecho de que un país lo tenga cambia por completo la manera que tienen los otros de tratarlo y, al que lo posee, la manera en que actúa frente al resto. Ahora bien, ¿es esta situación positiva o negativa? Evidentemente en el caso de las armas nucleares, si de lo que hablamos es de la pervivencia de la especie, esto debería ser negativo, pero de lo que aquí hablamos no es de esto sino de su influencia en la relación entre las partes, ¿la favorecen o la perjudican? En este punto, la historia nos ofrece una respuesta clara: jamás hemos vivido un periodo de paz tan dilatado como el actual. Esto se debe en gran medida a la presencia de una Espada de Damocles en forma de botón que amenaza con destruirlo todo si se avanza en el conflicto. Prueba de ello es que siga habiendo conflictos, pero nunca haya sido atacado un país que tenga armas nucleares. De esta manera, incluso en los casos en los que la crispación alcanza cotas que en otros escenarios hubieran desencadenado reacciones de violencia, se aboga por el diálogo; de lo contrario, entrar en guerra aunque fuera con el menor de los materiales habría causado muchos más daños. El riesgo que se asume causando un daño a la otra parte desincentiva cualquier situación en la que el otro salga desfavorecido.

Un caso tecnológico sobre cómo utilizar el desincentivo lo encontramos en el bitcoin. Mientras que los bancos tradicionales se gastan millones en reforzar sus sistemas de seguridad para impedir el robo de sus divisas, el caso del bitcoin es mucho más sencillo: simplemente si alguien trata de robarlo, la transacción es pública y cualquiera puede ver dónde están las monedas robadas. Cuando esto ha ocurrido en alguna ocasión, simplemente esas monedas han quedado marcadas y ya nadie se las compra al ladrón. A partir de ahí, cualquiera que pretendiera volver a robar, ha perdido las ganas de hacerlo porque no sacaría ningún rédito de ello. Es el ejemplo perfecto de cómo el desincentivo es mucho más efectivo que los mayores esfuerzos por luchar contra algo.

Al concepto del riesgo hemos de sumarle el de la previsibilidad. Como dijera el sabio Tío Ben: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, y esto, en el caso de los países puede verse en la manera de afrontar una amenaza externa. Si invadimos un poblado indígena lo más probable es que la respuesta sea tan inmediata como sanguinaria. Usarían de inmediato cualquier arma que tuvieran a mano ya que, de no hacerlo, al ser tan vulnerables podrían verse destruidos antes de llegar a entender lo que ocurre. Solo les vale el 100%. Por el contrario, si invadiéramos un territorio OTAN, las medidas para comprobar el origen, motivo o verosimilitud del ataque serían lo más exhaustivas que fuera posible, como ocurrió con el misil caído en Polonia el pasado noviembre o con el conocido caso de Stanislav Petrov en la Guerra Fría, quien desoyó las repetidas alarmas que confirmaban la llegada inminente de un misil americano. Es por esto que, también en el caso de poseer dicho poder —el de ser quien pone la espada—, debido a la responsabilidad que conlleva, favorece la buena disposición a entablar relaciones diplomáticas y pacíficas con la otra parte.

Jordan Peterson suele decir que si tienes miedo de cómo puede reaccionar un hombre fuerte, esperes a ver cómo responde un hombre débil. Desde luego, la previsibilidad que puede ofrecerte un hombre fuerte no es ni de lejos la misma que pueda ofrecerte alguien a quien coloques entre la espada y la pared con facilidad, en ese tipo de situaciones la gente es capaz de hacer lo que sea por salvar su pellejo.

De entre los tres supuestos posibles (dos partes débiles, una fuerte y otra débil, y las dos fuertes) solo el tercero beneficia a ambos en los aspectos que hemos comentado previamente.

  • Las dos partes son débiles: Pueden asumir el riesgo que les genera perjudicar al otro, lo que potencialmente les puede llevar a una situación en la que ambos salgan perjudicados; y la imprevisibilidad de ambos puede hacer que todo salte por los aires.
  • Una parte es débil y la otra fuerte: La parte fuerte puede asumir el riesgo de imponerse sobre la débil, lo que podría desembocar en una relación tiránica; y, la débil, ahora además alimentada por una situación de inferioridad, puede verse acorralada y rebelarse sin detenerse a calibrar la proporcionalidad de los actos.
  • Las dos partes son fuertes: Solo de esta manera ambas partes serán precavidas mientras tienen la seguridad de que conocen la mesura del otro, para así fomentar una buena relación que acepte niveles de tensión muy superiores a los de cualquier otro supuesto.

Por tanto, si hablamos de la interacción entre dos partes será más favorecedor para ambas que sean tan capaces de perjudicar al otro como de saber controlarlo.

En definitiva, las espadas de Damocles están por todos lados y es nuestra labor aprender a esgrimirlas, afilarlas o esquivarlas según sea el caso, pues solo así podremos entablar relaciones sólidas y prevenir los conflictos. A fin de cuentas, alguien debía decirle a Tomate que quien saca la pistola para enseñarla se acaba ahorrando muchos disgustos.