Una vez hablé delante de unos estudiantes de veintipocos sobre marca personal y presencia digital y este fue uno de los consejos que les di.

Desapasionaos.

Tenía sentido porque estábamos hablando sobre cómo gestionar los troleos y el odio en redes sociales.

Y les decía, además de otras cosas, que estaba bien desapasionarse un poco cuando se trata de exponerse en público.

Porque cuando te enfrentas al odio en redes sociales puedes hacer dos cosas (no excluyentes entre sí): cambiar los ajustes de la red social, y elegir tu reacción ante lo que lees.

Así que les dije que se desapasionaran, y ahora te lo digo a ti.

Desapasiónate.

¿Por qué? Porque te da ventaja.

Mejor sentarse que sentir

Cuando se habla de gestión emocional, muchos piensan que es mejor sentir poco que sentir demasiado, si va a llevar a una situación no deseada.

Pero están en un error.

Primero, porque es imposible salvo daño neuronal presumiblemente irreversible. Ni siquiera si eres un maestro budista puedes dejar de sentir.

Pero además, las emociones tienen un sentido evolutivo y nos permiten sobrevivir y relacionarnos con éxito (reproductivo).

Esto no quiere decir que todo lo que nos traigan en nuestro día a día sea bueno, ni que “estoy sobreviviendo” sea siempre la mejor justificación cada vez que perdemos los papeles. Pero puede ayudar a comprender cómo dominarlas.

Para los estoicos, las emociones no eran buenas ni malas, ni tampoco las acciones en sí. Solo era bueno o malo la intención con lo que hacíamos las cosas.

Y también para ellos era conveniente desapasionarse de las emociones malas y disfrutar bastante de las buenas. Así era más fácil dar con la intención adecuada con la que vivir.

¿Y eso cómo lo hacían? Con bastante práctica y alguna técnica psicológica (te dejo el enlace más abajo).

Séneca, el cordobés, salió de una cena una vez con un mosqueo considerable. Y en lugar de tirar su taza favorita contra la pared, paró el brazo en medio del lanzamiento y no la soltó.

(Creo que me he tomado alguna licencia con la historia original y probablemente no existió tal taza).

Para poder parar el lanzamiento tuvo primero que entrenar su cuerpo y su mente para descubrir que sentía rabia.

También lo entrenó para preguntarse por qué sentía esa rabia, y si la situación que le había generado contrariedad era lo suficientemente importante como para desairarse.

Spoiler: no. Para los estoicos no hay nada que merezca un cabreo monumental.

Y así, conservó su taza y se fue a dormir tranquilo.

Porque se desapasionó.

Reflexionó sobre las razones que le habían provocado rabia.

Las examinó cuidadosamente. Concluyó que no eran tan importantes. Y dejó de sentirla.

Ya, bueno, dirás. Pues poquita ofensa le harían si fue tan fácil.

Vale. Ahora prueba este ejemplo:

Imagina que has estado trabajando muchos meses en algo.

Que te ha costado horrores llegar hasta ahí.

Que cuando lo sientes en tus manos casi hasta quieres llorar.

Que has renunciado a muchísimas cosas por tenerlo. Cenas, salidas, tiempo con los tuyos.

Te has perdido la función de navidad.

Has pasado de entrenar cuatro días por semana a entrenar solo tres.

Ya no bebes ni una triste cerveza porque no tienes tiempo.

¿Ir de compras? ¿Eso que es?

Pero lo tienes ya listo.

La foto, el texto, el ego.

Y lo cuelgas.

Y le das a publicar.

Y el primer comentario es: Creo que todavía te falta práctica para sacar un producto así. No sé, yo no lo compraría.

¿Qué harías tú?

Pues puedes romper tu taza favorita, aunque lo que quieras hacer sea romperle la nariz.

O tú, como Séneca, puedes desapasionarte un poco. No tomártelo como algo personal. Dar un paso atrás en esa rabia caliente que te sale del estómago y pensar.

Pensar si esa persona merece atención y si deberías considerar su comentario como algo valioso.

Y si es alguien cabal, pensar si tiene toda la información disponible. Es decir, si el comentario nace desde la ignorancia o los malos deseos.

Si la respuesta a todo eso es sí, quizá tenga razón.

O no.

Consejo para marcas principiantes: la gestión de la comunicación de marca siempre debe pasar por cierto desapasionamiento. Si te lo tomas como algo personal… estás metiendo la pata.

Los estoicos

He mencionado a Séneca por ser uno de los más conocidos representantes de los últimos tiempos del estoicismo antiguo.

Es curioso como hoy en día las escuelas de pensamiento que coexistieron en los años de vida y muerte de Sócrates, Platón y Aristóteles han pasado a ser parte de nuestro vocabulario corriente.

Uno es estoico, epicúreo, o cínico. O escéptico (esta es mi favorita). Vaya, que son adjetivos que se pueden encontrar de vez en cuando en algún artículo.

Pero han pasado a nuestro vocabulario con una cierta adulteración respecto de su significado original.

Otro día hablaré de las otras escuelas, pero déjame que te hable de los estoicos primero, que se están convirtiendo en mis favoritos.

Y quizá estés en un error.

No, estoico no es quien lo aguanta todo porque no siente nada.

En realidad, el estoico buscará lo bueno y lo disfrutará, y trabajará duro para dominar lo malo, en la medida que dependa de él.

Y hablo en futuro porque todavía hay mucho que decir hoy de ellos y desde su manera de entender las cosas.

Como creían que las emociones negativas no debían alterarte porque la serenidad es de verdad la felicidad última, trabajaron mucho para descubrir cómo conseguirlo.

Por eso Séneca no tiró la taza. Porque de él dependía qué hacer con su rabia y no quería pasar más tiempo afectado por su rabia.

Y por eso es útil reflexionar, dar perspectiva a las cosas que nos pasan, mirarlas desde lejos. Porque permite contextualizarlas y descubrir que no son para tanto.

Y si descubrimos que no son para tanto, entonces no nos remueven tanto por dentro.

¿Te han insultado? Desapasiónate.

¿Han sido sarcásticos contigo? Desapasiónate.

Los ofendiditos

Están detrás de cada esquina.

En la sociedad actual la susceptibilidad es marca de la casa, y se vuelve difícil opinar sin que haya alguien que te cante las cuarenta. Como además toda opinión está a golpe de clic, parece más fácil que nunca encontrarse con todos los imbéciles del mundo.

(Los imbéciles, ese grupo donde uno nunca se incluye pero seguro que debería, al menos una vez)

Por eso hay gente que se va de algunas redes y prefiere los entornos y las dinámicas que se generan en otras. Hablo de redes sociales digitales y analógicas. Como cuando te piras de un grupo de amigos tóxicos, vaya.

El principio es el mismo.

Dicho esto, si quieres tener marca personal y mostrarte humano y todas esas cosas que se supone que tienes que hacer en 2020 para tener una presencia digital decente (tuya, o de tu empresa), pues entonces tarde o temprano vas a tener que opinar.

O mostrar al mundo lo que haces.

Por cierto, si no quieres tener marca personal lo siento por ti, porque ya la tienes. Lo que pasa es que la controlan otros, no tú.

Total, que te vas a encontrar con gente que va a tirarte la pullita, con o sin intención. Y quizá te encuentres a quien encuentre mil faltas en lo que haces y ningún acierto.

Estos pueden ser útiles si se sabe cómo gestionarlos, como hemos visto en el apartado anterior.

Y cuando lo hagas deberás tener en mente a los estoicos, pero también algo de la psicología más reciente.

Doble de pensamiento negativo, porque yo lo valgo

Los desacuerdos o conflictos en los que uno se ve envuelto siempre tienen dos partes: lo que uno controla (aunque sea un poquito) y lo que no.

Esta distinción la sistematizó Epicteto, un estoico reconocido, bajo el nombre de dicotomía del control. Uno controla o no controla las cosas.

Esa dicotomía es en realidad tricotomía porque hay cosas que controlamos solo en parte.

Pero a lo que voy, elegir bien qué controlamos y qué no era fundamental para los estoicos a la hora de dirigir sus energías en el día a día, y es la base de todo sistema de productividad medianamente decente.

Pero entre las cosas que no controlamos está lo que otros hagan. Y cuando se trata de presencia digital -o de conversaciones de sobremesa tras una cena con amigos y un par de vinos- hay cosas que no controlamos.

Ahí es donde nuestros sesgos salen a la luz, brillantes cual sortija.

Dos de ellos me parecen importantes cuando se trata de desapasionarse.

El primero es el sesgo de negatividad, y está bien que lo conozcas porque te ayudará a saber por qué lo malo te pesa mil veces más que todo lo bueno que te pasa.

Y es que estamos “programados” para pensar así. Para valorar y dedicar atención antes a lo malo (que amenaza nuestra superviviencia) que a lo bueno.

Y además, vivimos en una cultura con una tradición en la que la culpa ha jugado un papel fundamental.

De eso hablaré más en profundidad otro día.

Pero que sepas que el sesgo de negatividad puede estar nublando tu juicio cuando se trata de valorar tus propias acciones.

Y las de otros, claro.

Dicho esto, cuando emitas tus opiniones sobre otros, y cuando recibas opiniones de otros sobre ti o sobre tu trabajo, hay otra cuestión psicológica que debes tener en cuenta.

Está descrita en un paper muy chulo de 2018 y se llama “prevalencia del cambio”.

Meter un triángulo en un molde circular

Imagina que vas buscando un coche azul en medio de un montón de coches rojos. Encontrarlo debería ser fácil, ¿no?

Bien, eso es porque se trata de una única cosa muy distinta de aquellos elementos entre los que intenta esconderse.

Ahora imagina que estás buscando un círculo azul en medio de un montón de círculos con distintos tonos de morado… que tienen el mismo tamaño que el círculo azul que estás buscando.

Al cabo de un tiempo quizá tus ojos se cansen… o lo haga tu cabeza. Y probablemente empezarás a designar como círculo azul los círculos que en realidad, son morados.

Nuestra mente funciona de tal manera que cuando vamos buscando algo y no lo encontramos, ampliamos nuestra definición de lo que estamos buscando tanto como sea necesario para que lo que tenemos delante, encaje.

Sí, como lo lees.

Los seres humanos no elegimos agujas en el pajar. Antes decidiremos que la paja entera son agujas.

¿Recuerdas la mesa de juegos para menores de tres años con un montón de huecos con distintas formas? Esa mesa hecha para meter la figura de plástico por el hueco que le correspondiera.

Pues los seres humanos metemos el triángulo enorme en el molde chiquitito con forma de círculo.

En cristiano, nos relacionamos y vivimos de tal manera que ajustamos lo que percibimos por los sentidos, nuestras percepciones, a nuestras expectativas, en lugar de ajustar lo que esperamos a la propia realidad.

Vamos al revés. Nos engañamos continuamente. Preferimos pensar que la realidad se equivoca.

Ya sabes, que el otro se equivoca. El otro, siempre. Uno, nunca.

¿Yo, equivocarme? Qué va, qué dices.

Tiene que ver con nuestra atención y también con nuestra forma de socializar. Si buscamos algo que amenace nuestra supervivencia y no lo encontramos pero seguimos manteniéndonos en alerta, tarde o temprano tenemos que encontrar algo para calmar nuestra ansiedad.

Si nos repetimos que vivimos en un mundo en el que debemos sentir miedo al caminar por la calle, relajaremos nuestras definiciones de lo que nos causa miedo hasta que la definición sea tan laxa que cualquier cosa encaje, hasta que esa idea se vuelva realidad.

Y así nos mantendremos en alerta sin peligro real, generando un malestar suficiente como para que creamos que tener miedo, es natural.

Algo así como… ¿cómo no voy a tener miedo si tengo miedo?

Del miedo también puede uno desapasionarse, por cierto.

Desapasiónate.

Toma distancia de las cosas, infórmate, medita sobre ellas.

Reflexiona activamente, piensa, dale la vuelta, escribe.

Y si te insultan en twitter, haz lo que hacían los estoicos.

Que no tenían twitter, pero de insultos sabían un rato.

Y tú, ¿qué crees?