Hay tantas definiciones como personas.

No se es feliz, se está feliz.

Yo solo puedo pensar en momentos felices, no creo que uno pueda ser feliz toda la vida.

No tengo muy claro que la felicidad exista.

Apuesto lo que quieras a que, si un día preguntas a un grupo random de personas por la calle qué es la felicidad, recibirás al menos una respuesta de esas.

¿Quieres saber qué es la felicidad desde el punto de vista filosófico?

Pues aquí te lo cuento, y viene con bonus de psicología y religión.

Sí, religión, mira…

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Qué es la felicidad desde la perspectiva filosófica

La cabra tira al monte, y para hablaros de la felicidad no puedo menos que empezar desde la filosofía, por deformación profesional.

Como en todos los demás artículos que hablan de filosofía en este blog, un pequeño aviso: ni pretendo que sea exhaustivo a más no poder, ni que lo abarque todo.

Solo pretendo darte unas ideas para que, si te gustan, investigues por tu cuenta.

Y por eso empiezo presentándote cuatro grandes formas de entender la felicidad en la filosofía occidental:

Felicidad y autorrealización: eudaimonía

En incontables escritos de autores griegos y romanos encontrarás referencias a la felicidad. Sin embargo, y como ya he explicado en otros artículos, la idea de felicidad de los griegos no tiene por qué ser la que tú y yo tenemos en la cabeza.

De hecho, la definición de lo que es la felicidad era bastante más canónica en la Antigua Grecia que cualquier definición que le podamos dar tú y yo ahora.

Su felicidad es distinta. Y en las traducciones encontrarás presumiblemente solo “felicidad” y como mucho una nota al pie del traductor que te indique que, en realidad, se habla de eudaimonía.

Eudaimonía viene del griego y significa buen espíritu (eu – bueno, daimon – espíritu o genio). Así, la felicidad es una forma de bienestar, de vida buena.

¿Y por qué es esto importante? Pues porque si los griegos piensan que la felicidad es lo que ocurre cuando vives una vida buena, es bastante lógico que dediquen tiempo y energías a pensar cómo conseguirla.

si la felicidad es algo que se puede conseguir, significa que requiere trabajo y práctica.

Es decir, la felicidad es la tarea de uno mismo, que ha de descubrir el mundo y relacionarse consigo mismo y con las cosas de tal manera que viva, en lo posible, una vida buena.

¿Y cómo se vive una vida buena? Siendo virtuoso y cumpliendo con tus “potencialidades”, es decir, desarrollando tu potencial.

Sobre la virtud

Se vive una buena vida siendo virtuoso.

La virtudarethé, que tantas veces he comentado por aquí, es otro concepto griego que es práctico, por definición.

Si estudiaste filosofía en bachillerato sabrás que Aristóteles defendía el camino hacia la virtud, siendo valiente, justo y sabio o prudente.

Que eso en la práctica se conseguía buscando “el justo medio” entre, por ejemplo, ser un temerario o un cobarde.

Así que sí: la felicidad para muchos de los griegos era no un resultado, sino una condición que se obtenía al vivir una buena vida.

Y precisamente porque felicidad es en realidad eudaimonía, vida buena, las éticas que toman como valor centrar vivir una vida buena (estoicas, epicúreas, cínicas…) reciben el nombre de éticas eudaimónicas.

En época reciente, la idea de virtud ha vuelto a ocupar el debate en las esferas académicas y se ha vuelto un concepto interesante sobre el que reflexionar no ya como individuos, sino como miembros de la sociedad. Quizá te interese a ese respecto Tras la virtud, de MacIntyre.

La autorrealización

Pero no nos desviemos del tema.

Te decía que la eudaimonía se consigue siendo virtuoso y alcanzando tu potencial.

Verás, aunque hoy en día la popularidad se la lleva de calle el estoicismo en lo que a filosofía de la autorrealización se refiere, no es la única corriente que plantea que para ser feliz debemos desarrollar nuestros talentos y capacidades.

También está en Aristóteles, también en los Ensayos de Montaigne, en Baltasar Gracián o, si se quiere, en Los aforismos sobre el arte de vivir de Schopenhauer y La conquista de la felicidad de Russell.

Todos estos autores tienen una cosa en común: entienden al ser humano como un ser que puede o no desarrollar habilidades que le vienen dadas antes de nacer, y que puede perfeccionar a base de estar en el mundo y relacionarse con otros miembros de su sociedad.

Y también, por supuesto, gobernándose y probándose a sí mismo.

Pero ojo, porque esto conlleva una cara B. Para muchos (empezando por los estoicos) el desarrollo del potencial de cada uno es prácticamente una obligación moral, lo que implica una exigencia que no casa demasiado bien con la forma de vivir de hoy en día.

No hay más que mirar alrededor lo frecuente que es la actitud “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy

Felicidad como búsqueda del placer

Cierto es que algunos filósofos griegos no tenían tan claro que la práctica de la virtud fuera lo único que te acercaba a la felicidad.

Los epicúreos, por ejemplo, defendían que la felicidad se obtiene a través de la búsqueda del placer. Pero no de cualquier placer, sino de aquellos superiores, es decir, los que al obtenerlos no generan un dolor mayor en el futuro.

Como por ejemplo, la lujuria.

Los epicúreos eran gente interesante: el sexo solo para desquitarse las ganas, mejor la amistad de la comunidad que el amor en pareja, y no me molestes con tus rollos que yo vivo en un Jardín lejos de la ciudad.

Eran los hippies de la Grecia Antigua.

Pero eran gente lista: sabían que perseguir los placeres vanos (como la necesidad de likes en Instagram) era contraproducente, y que los placeres de la mente (el estudio, el aprendizaje, estar con los tuyos) te acercaban mucho más a la felicidad.

Pobres, tan acertados y tan denostados por la cultura popular.

De hecho, la estela de los epicúreos se prolonga hasta mucho más tarde en la Historia, con un John Stuart Mill que en numerosos trabajos defendió también la idea de que los placeres intelectuales son los que se deben perseguir si uno quiere ser feliz… y si yendo más allá: si queremos tener una sociedad feliz.

Felicidad como aceptación de las cosas

En este blog ya hemos visto cómo los estoicos eran grandes partidarios de la virtud, que proclaman que la vida que merece la pena ser vivida, es la vida virtuosa.

Ellos, como Aristóteles, daban mucho valor a la justicia, la valentía, la templanza y la sabiduría.

Spoiler: si definiéramos cada una de ellas y rascáramos un poco bajo la superficie nos daríamos cuenta de que la cosa no es tan sencilla como que ser virtuoso es ser justo, valiente, prudente y sabio.

Ser justo y sabio, ¿qué es? ¿En qué situaciones, en qué manera?

Pero para lo que me interesa aquí conviene aclarar que la práctica de la virtud en el estoicismo no es el fin último, sino una tarea instrumental.

El verdadero fin en el estoicismo es la imperturbabilidad del espíritu, la ataraxia, que es lo único que te puede acercar realmente a la felicidad.

Un espíritu imperturbable es aquel que no es dominado por las cosas que duelen, por la traición, por la decepción, la tristeza o la frustración.

Y aquí es donde epicúreos y estoicos se encuentran: en perseguir un alma tranquila, aunque a través de dos caminos separados. Los epicúreos creían en alcanzar la ataraxia evitando el dolor, los estoicos buscaban gobernarlo.

Pero para ambos, la meta es lograr la ataraxia, una cierta aceptación y armoía del espíritu. Muy a la manera, por cierto, de varias religiones orientales.

Felicidad como suspensión del juicio

Antes de terminar la exposición sobre qué es la felicidad de acuerdo con la filosofía, me gustaría hablarte de una corriente que no es muy conocida hoy en día. Me refiero a los escépticos.

Cierto, como en el resto de corrientes, la palabra “escéptico” forma parte de nuestro vocabulario, pero más como actitud de alguien que no se cree demasiado las cosas y que no quiere pronunciarse.

Sin embargo, me parece interesante traerlos a colación aquí porque plantearon un recurso que ha sido muy interesante en el estudio de la felicidad y en la definición de esta idea.

Algo que definía todo su pensamiento, y que luego en la modernidad Husserl reconfiguraría. Hablamos de la epojé, o suspensión del juicio.

Para los escépticos, no hay nada sobre lo que podamos establecer un juicio definitivo. No podemos negar ni afirmar nada, así que la única forma que tenemos de vivir es de acuerdo con nuestra naturaleza.

¿Por qué resulta interesante esta suspensión del juicio, además de por ser una actitud sana a la hora de no juzgar a los demás ni ser demasiado graves con nosotros mismos?

Porque implica que rechazar parte de lo que somos, es decir, no vivir de acuerdo con la naturaleza, es alejarnos también de la felicidad.

Felicidad y religión

Desde un punto de vista filosófico-antropológico las religiones tienen distintas funciones, y una de ellas es dotar a sus creyentes de un conjunto de reglas morales que les permitan relacionarse entre sí y mantener una estabilidad social.

Los Diez Mandamientos son, en toda índole, un código moral. Unas directrices superiores de cómo debemos comportarnos

Y entonces, ¿qué sentido tiene aquí hablar de religión?

Es curioso, algunos estudios dicen que las personas que tienen fe a menudo se describen a sí mismas como más felices que los agnósticos, ateos y no creyentes.

Y es que en la religión (al menos en las tres grandes religiones monoteístas), vivir de acuerdo con la Palabra de Dios es la forma verdadera de llegar a ser feliz.

La fe supone un refugio en el que mantenerse cuando se suceden situaciones de dolor, y es también un lugar en el que regocijarse cuando ocurren cosas buenas.

Para los creyentes, vivir de acuerdo a los designios de Dios y seguir su Voluntad es el camino más cercano a la felicidad.

A fin de cuentas, ¿no somos más felices si no mentimos ni dañamos o instrumentalizamos a los demás? También lo somos más si tenemos un lugar en el que refugiarnos y al que volver.

Felicidad y psicología

Antes de terminar, y aunque la exposición sobre la idea de felicidad en la psicología podría ser eterna, me gustaría destacar dos conceptos muy interesantes sobre la felicidad (y, de paso, nuestros amigos epicúreos).

Además, esto se relaciona igualmente con el establecimiento de conductas y hábitos en las personas y con la facilidad o dificultad de gobernar nuestro ánimo y nuestros impulsos, temas recurrentes en este blog.

La primera idea que me gustaría mencionar aquí (aunque no es la primera vez que lo hago) es la de adaptación hedónica.

Verás, lo que les pasa a los seres humanos es que, una vez tienen determinadas necesidades satisfechas (ten en mente, por ejemplo, la pirámide de Maslow), más cosas que les reporten placer no los hace más felices en la misma medida.

A partir de un nivel de vida, las personas somos razonablemente felices, sin necesitar mucho más.

Es decir, y esta es la segunda idea, el placer tiene en realidad una utilidad marginal decreciente. Si sumamos a la balanza una unidad de placer, llegado cierto punto no obtenemos una unidad de felicidad a mayores.

¿Ves cómo casa todo esto con la idea de que lo que hace a uno feliz es aprender a gobernarse, a gestionar sus emociones y a elegir sus deseos y el placer que persigue?

Pues sorpresa: también es uno de los principios que inspiran las corrientes cognitivo-conductuales en psicología.


Espero que te haya resultado interesante este artículo, y que te haya presentado la idea de qué es felicidad de una forma un poco distinta a lo que suele ser habitual (ciao, Coelho).

Por cierto, puedes encontrar el post en el que te cuento en qué se equivocaban los estoicos en este enlace.

Ahora cuéntame: ¿tú con cuál de todas las ideas estás más de acuerdo?